La fábula del gato avaricioso y el gorrión sabio

Había una vez, en un pequeño pueblo, un gato llamado Felicio. Nació pobre y humilde, viviendo en un rincón olvidado de un granero, donde su comida era escasa y sus días estaban llenos de privaciones. Desde muy joven, Felicio prometió que superaría su origen. Soñaba con grandes riquezas y una vida llena de comodidades, lejos del hambre y las miserias que conocía.

Un día, mirando a los granjeros trabajar y comerciar, decidió que él también sería mercader. Se esforzó con tenacidad, comprando y vendiendo pequeños bienes, negociando con habilidad y acumulando poco a poco una fortuna. Con el tiempo, Felicio se convirtió en uno de los gatos más adinerados del pueblo, aunque nunca alcanzó el nivel de opulencia que veía en algunos ricos mercaderes de la ciudad vecina.

Pero algo curioso sucedía en su corazón: cuanto más tenía, más difícil le resultaba estar satisfecho. Sus días se llenaban de cálculos, planes y comparaciones. Al mirar a otros más ricos que él, sentía una envidia corrosiva. Sus riquezas, lejos de darle alegría, se convirtieron en cadenas invisibles que lo ataban a un constante anhelo de más.

Una tarde, mientras paseaba inquieto por los tejados, Felicio se encontró con un gorrión llamado Plácido, que trinaba despreocupado desde una rama.

Felicio bufó, algo irritado.

El gorrión inclinó la cabeza y, tras unos segundos de silencio, respondió:

Felicio se quedó perplejo.

El gorrión soltó una pequeña carcajada.

El gato frunció el ceño.

Plácido desplegó sus alas con suavidad.

El gato, sorprendido, no supo qué responder.

El gorrión continuó:

El gato, meditando las palabras de Plácido, recordó los días de su infancia, cuando jugaba con las hojas secas del otoño y disfrutaba del calor del sol, a pesar de la pobreza. Pensó en cómo, con cada moneda que acumulaba, su alegría había disminuido.

Finalmente, suspiró y dijo:

El gorrión sonrió y, alzando el vuelo, dejó un último consejo:

Desde entonces, Felicio aprendió a disfrutar de lo que tenía, a trabajar con gratitud en lugar de obsesión, y a encontrar alegría en las pequeñas cosas. Y así, el gato avaricioso se convirtió en un gato sabio, rico no solo en bienes, sino también en felicidad.

Moraleja: La verdadera riqueza no está en lo que poseemos, sino en nuestra capacidad de valorar y disfrutar lo que ya tenemos. No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita.